… y el nuevo reto que afrontamos
Desde siempre, o por lo menos desde donde alcanza mi memoria, tengo recuerdos de verme haciendo algo, y cuando digo algo me refiero a estar involucrada en temas que tuviesen que ver con las artes aplicadas.
Quizás para aquel entonces, a mis pequeñas fechorías llamarlas «artes» sería exagerar un poco bastante, ya que, visto desde lejos, tan solo era la inquietud que mi espíritu tenía sobre todo aquello que fuese pintar, cantar, bailar, dibujar, modelar, repujar, escribir… Qué se yo, que no hice y a qué curso o concurso no me apunté donde pudiera expresar aquello que se agolpaba en mi mente y en mi corazón, que exigía salir fuera.
Amaba mis clases de literatura, mi diario lleno de poesías, mis puntas de bailarina y sin ninguna duda adoraba mis pinceles y ese olor a trementina que embargaba el pequeño espacio, donde entre óleos y lienzos, me olvidaba del tiempo y viajaba mi imaginación.
Con este pequeño y retrospectivo resumen de cuáles eran mis actividades, se venía viendo claro qué motivaba a mi mente, a mis pensamientos y a mis acciones y no cabía duda de que, aunque diese muchos tumbos y rumbos, al final terminaría dedicándome a hacer algo donde mis manos fueran la principal herramienta y mis sentidos y emociones los propulsores de mis acciones.
Y dejando pasar el tiempo, el cual casi siempre es culpable de que las cosas se asienten y se orienten hacia dónde has de dirigirte…
En mi vida llena de vacío y falta de motivación casi sin saber el cómo y el cuándo, me encontré haciendo un curso de Vitralísta. Entonces no sabía ni lo que significaba ser vitralísta, pero como me gusta aprender, ahí estaba. Salvando los primeros días en los que se producen las presentaciones, conoces los contenidos y los objetivos del curso, entramos en materia.
Al principio, ¡me quería morir! En mi vida había visto un cortador de vidrio y muchísimo menos utilizarlo.
Y mi desconocimiento, habría podido haberme pensar, si en algún momento hubiese analizado el tema, en que el vidrio solo podría cortarlo una máquina, y cierto es. P ero no hay nada tan manual como el oficio de vitralísta, donde cada una de las formas son generadas por el pulso adiestrado del artesano que corta el vidrio como el dibujante hace sus trazos con el lápiz en el papel.
Y ahí estaba yo, mirando cortador y el vidrio, perpleja al ver cómo aquella cosa podía dominar un material tan duro y frágil a la vez y aunque de dibujar ya sabía algo, de este reto no tenía ni idea.
Pero desde siempre tengo la mala costumbre que de aquello que empiezo lo acabo y no hay obstáculo que me impida conseguir mis objetivos. Y con ese propósito día a día fui cortando y cortándome, aprendiendo y maravillándome cada día con las posibilidades de este maravilloso material que es el vidrio.
» Amo este oficio y con ese amor ejecuto cada uno de mis proyectos «
Aprendiendo desde entonces sobre su composición, el color de sus vetas, sus formas y texturas… Y desde entonces hasta hoy, estoy completamente enganchada al Vidrio y ya han pasado veinte años.
De aquel momento no puedo dejar de mencionar que conocí a mi entonces profesor, del cual aprendí todo cuanto sé. Hoy mi mentor y amigo, y al cual considero el mejor maestro vidriero que hay en Galicia, tierra donde he aprendido este hermoso oficio y donde sigo ejerciéndolo.
Desde entonces, no he hecho más que trabajar, dibujar, cortar, emplomar, y deleitarme con las múltiples posibilidades que me ofrece tan noble y ecológico (hoy tan de moda) material.
Maravillarme ante el cambio tan drástico y escénico que puede generar una vidriera en una estancia, cuando con los múltiples cambios de luz que produce la evolución del día descubro colores y formas impensables sin su presencia, es el lleno absoluto, es una música visual y eternamente innovadora
Amo este oficio y con ese amor ejecuto cada uno de mis proyectos, pues como si de tus hijos se tratase, quieres que sean perfectos. Perfectos para ti, perfectos para aquellos a los que va a deleitar.
Que sus formas y sus acabados no generen duda y que su objetivo sea maravillar a todo aquel que le observe; que su presencia no pase desapercibida y con esta inquietud en mí, quiero descubrir qué quiere mi cliente y darle aquello que me pide y quizás mucho más.